Articulo de opinión del parlamentario Garikoitz Mujika:
En el primer cuarto del siglo XXI la comunicación se ha convertido en un eje estratégico de la política y el poder. La hiperconectividad y el acceso inmediato a información infinita han transformado la manera en la que los ciudadanos se relacionan con la realidad y, a la vez, las narrativas que construyen los actores políticos para influir en la opinión pública. Así, la desinformación emerge como una poderosa herramienta para moldear percepciones, reforzar prejuicios y manipular conductas.
Hoy, el fenómeno de la desinformación nos está mostrando qué capacidad tiene para penetrar y enraizarse en el tejido social y político, con unos niveles sin precedentes gracias a las nuevas tecnologías. La rapidez y el alcance de las noticias, hoy en día, son también las pistas de circulación de las noticias falsas, las campañas de desinformación y las manipulaciones en redes sociales. Y son estos mismos quienes redibujan el tablero político. La desinformación sirve para polarizar a la ciudadanía, sembrar la duda y legitimar agendas y postulados que de otra forma no podrían ser asumidas socialmente. Para ello se usan tácticas de desinformación con el fin de erosionar la confianza en las instituciones y desacreditar a los opositores: es decir, cuentan con una estrategia y objetivos políticos claros y definidos. El lenguaje y el discurso político, campo y responsabilidad exclusiva de la clase política, es hoy en día campo abonado y reiterativo de falacias, mentiras y medias verdades. Al respecto, quienes en el ejercicio de una política convencional potencian con su irresponsabilidad la polarización mediática y política deben situarse ante el espejo de las graves consecuencias que la desinformación está generando en la sociedad. Porque de esa forma son parte activa del engranaje político y mediático que tiene por objeto deslegitimar al oponente y cuestionar, cuando no tumbar, los principales pilares y fundamentos de cualquier sistema democrático.
El uso de la desinformación como herramienta política no puede entenderse plenamente sin examinar cómo ha cambiado el papel de la comunicación en la era digital. Hoy en día, la comunicación no se trata únicamente de transmitir información, sino de gestionar percepciones, construir realidades y movilizar emocionalmente a las personas. El mayor potencial y, a la vez, el mayor riesgo que tiene la comunicación hoy en día radica en su capacidad de ir más allá de la persuasión para movilizar a las audiencias hacia la acción. En un mundo polarizado, saturado de bulos y narrativas manipuladoras, esta capacidad puede derivar en consecuencias desastrosas, transformando ideas en movimientos y percepciones en actos concretos que desafían el estado de las cosas, incluso los cimientos de los sistemas democráticos. Un ejemplo paradigmático de este fenómeno se vivió con el asalto al Capitolio de los Estados Unidos el 6 de enero de 2021, donde miles de personas, impulsadas por falsedades y teorías conspirativas, pasaron de ser receptores de mensajes a actores directos, cuestionando el sistema mismo en tiempo real. Y es que, en última instancia, la desinformación no es solo un problema de información, sino de poder y control.
La realidad comunicativa de hoy día es que, aunque la era digital de hiper-conectividad y la hiper-fragmentación de mensajes y comunidades ha restado poder a los medios tradicionales de marcar y dirigir tanto la agenda pública, política como la mediática. Es decir, ha favorecido cierta democratización en ese aspecto, la categorización informativa de qué es importante y qué no para la sociedad, sigue siendo inoculado y dirigido por vía de informaciones sesgadas y manipuladas. Se llega a una situación crítica cuando se renuncia al cuestionamiento de que cualquier información que se reciba sea verdad o veraz, en unas sociedades donde el bien más preciado es justo lo que más escasea: la atención y el tiempo.
En Euskal Herria tenemos una realidad y situación particular. Pero no por ello somos una isla ni estamos exentos de riesgos. Es más, seguramente los riesgos para una nación pequeña como la nuestra en un mundo hiperconectado y globalizado son mayores que para cualquier otro. Nos encontramos en una nebulosa al tener la percepción de salvaguarda al atestiguar que Euskal Herria es diferente, vota diferente y se presenta social y políticamente diferente al resto de naciones y Estados que nos rodean. Justamente por eso, por no estar tan contaminado ni polarizado el marco mediático y político vasco y navarro, tenemos una ventaja y una oportunidad. Podemos adelantarnos a lo que ya está llegando y podemos elaborar un plan de contención, atendiendo a los problemas sociales, educativos y políticos que ya estamos viendo en otros lugares del mundo.
Ejemplos de casos de desinformación en Euskal Herria
Durante los años más intensos del contencioso violento con el Estado español se propagaron bulos y desinformación de formas sistemática y con sentido de propaganda y manipulación. Los relatos se exageraban o se distorsionaban, entre otros aspectos, para criminalizar movimientos y organizaciones políticos o incluso para poder justificar el cierre de dos medios comunicativos.
En ocasiones, especialmente durante crisis económicas, han surgido rumores infundados sobre el cierre de importantes industrias en el País Vasco, lo que generó temor e inestabilidad entre los trabajadores. Un ejemplo fue la difusión de noticias no contrastadas sobre la crisis de empresas como Fagor en la Corporación Mondragón, que alimentaron el pánico entre la población y los inversores antes de confirmarse oficialmente la quiebra.
Ni qué decir en períodos electorales. En este espacio también se han detectado campañas de desinformación que intentan influir en la opinión pública sobre partidos y candidatos. En las redes sociales se han difundido bulos sobre candidatos a la Lehendakaritza, manipulando o sacando de contexto declaraciones o noticias para desacreditarlos.
También se debe señalar que al igual que en otras partes de Europa, en Euskal Herria se han difundido bulos y noticias falsas sobre la inmigración. Por ejemplo, se han viralizado noticias falsas que afirmaban que los inmigrantes recibían más ayudas que la población local o que cometían más delitos, lo que contribuyó a alimentar actitudes xenófobas en ciertas partes de la sociedad. Algo para lo que los medios de comunicación tienen una responsabilidad social muy grande.
Sabemos que la desinformación circula principalmente en comunidades digitales. Comunidades cerradas y excluyentes, que solo se retroalimentan con mensajes y comunicaciones ligados a sus postulados políticos, en su mayoría de extrema derecha e incluso fascistas. Pero la realidad es que esas comunidades cerradas y excluyentes se están convirtiendo en comunidades reales y físicas. Los problemas y los conflictos, se deben abordar, y en este caso combatir. También en Euskal Herria. Mirar a otro lado sólo sirve para ser parte de quienes voluntaria o involuntariamente vierten más gasolina a un fuego creado para socavar gobiernos y sistemas democráticos y segar proyectos políticos diferentes al discurso dominante. Eje que hoy día se caracteriza por sus postulados de extrema derecha y fascista.
La desafección social para con la clase política se convierte en una brecha que sigue en aumento. La realidad es que el humor social, su estado de ánimo, se define mejor como fatiga crónica. Es un humus peligroso que debemos revertir con prioridad y responsabilidad máxima. El dimensionamiento real de esta problemática y, sobre todo, las consecuencias que está generando, ofrece una instantánea que, sinceramente, da miedo. Pero el miedo, que puede ser paralizante, lo debemos convertir en iniciativa política para que podamos ser un país que, como punta de lanza, combata esta nueva expresión del fascismo y la extrema derecha. Mirar a otro lado no es una opción.
Europa optó por actuar, y en primavera aprobó la denominada Ley de Libertad de Medios de Comunicación que pretende abordar esta realidad con medidas de distinta índole. Entre ellas, diferencia qué es un medio de comunicación y qué un pseudo-medio, acota espacio a las grandes plataformas mediáticas, fuera elementos de transparencia por parte de los dueños de los medios comunicativos, y sitúa la importancia de reforzar un periodismo de calidad que ofrezca confianza y veracidad a la sociedad, refuerce su nuevo rol social en la sociedad digital y aboga por revisar las ayudas económicas a los medios comunicativos con criterios de objetividad, transparencia y refuerzo de las fuentes informativas acorde a códigos éticos y deontológicos.
El Estado español tiene que aplicar obligatoriamente la directiva europea, pero aquí, en Euskal Herria tenemos la oportunidad de avanzar, ahondar y planificar con más ambición y profundidad, acordes a nuestra realidad particular, las formas de afrontar las consecuencias nocivas de esta realidad. Y tenemos una oportunidad de ofrecer un debate político de calidad y altura. Cosa que no estamos viendo ni en Madrid ni desgraciadamente ni en la Cámara de Gasteiz ni en la navarra.
Y hay aspectos que se pueden realizar y empezar a actuar de forma activa, si es que se cuenta con una mínima voluntad política y toma de conciencia del peligro real de la desinformación. Fomentar el pensamiento crítico es esencial y para ello la educación. Programas educativos que enseñen a los jóvenes a identificar la desinformación y los bulos son clave. Enseñar a los alumnos cómo contrastar fuentes, interpretar noticias y detectar la manipulación mediática es una inversión estratégica para el futuro de nuestro país. Un ejemplo práctico sería la de activar cursos en secundaria o educación para adultos sobre "alfabetización mediática" donde se enseñe a los estudiantes a comprobar la veracidad de la información en línea utilizando herramientas que se pueden crear ad hoc para ello, y propiamente del marco mediático y político propio.
Se deberían crear plataformas propias para ello en Euskal Herria. Y en ello, tanto medios locales y propiamente vascos como el ente público vasco EiTB deberían de jugar un rol esencial. “EitBk egiaztatu” o EiTB Verifica podría denominarse, por ejemplo, la plataforma central para contrastar las noticias falsas. Lanzar desmentidos públicos con rapidez e inmediatez, ayudaría a prevenir la difusión masiva de bulos. Cómo ejemplo práctico, en periodo de procesos electorales los principales medios de comunicación vascos, con liderazgo de EITB, podrían asociarse con plataformas de verificación para hacer análisis en tiempo real de las afirmaciones de los candidatos durante los debates o las campañas.
También ayudaría que, por ejemplo, todos los medios escritos creen una sección dedicada exclusivamente a corregir errores y retractar noticias falsas que se hayan publicado previamente, explicando qué falló y cómo se va a evitar en el futuro. Los gobiernos locales y las asociaciones sociales también pueden jugar un papel clave promoviendo campañas de concienciación para evitar la propagación de bulos, especialmente en temas sensibles como la salud pública o la convivencia.
Aquí y ahora, bajo nuestro prisma, el debate de la desinformación debe convertirse en un debate de país que, entre otras realidades, debe afrontar esta nueva realidad de época. Tenemos una oportunidad para construir lo que aún no tenemos: un espacio comunicativo vasco. Somos una pequeña nación que tiene que pensar y actuar como Estado si quiere sobrevivir como tal. Afrontar este debate y construir un espacio comunicativo vasco, propio y sin injerencias, es dotarnos de herramientas para el futuro Estado vasco.