AKTUALITATEA


| 2024-06-26 10:58:00

En este segundo artículo, recuperaremos vivencias personales y colectivas de lo que supone la gobernanza local en un municipio donde el contacto es directo, y así debe ser. Siendo una pregunta recurrente la siguiente ¿cómo definirías gobernar un ayuntamiento? La definiríamos como la tensión constante entre las expectativas, las frustraciones y los tiempos, tanto internos como externos.

 

Y así hacemos la vida, en una institución que personaliza en una figura, pero en la que no se considera muchas veces que existen compañeros y compañeras de viaje que, después de sus 8 horas laborales o pudiendo disfrutar de su pensión, ofrecen lo mejor de sí para poder dedicarlo al quehacer municipal. En municipios pequeños como el nuestro, donde las liberaciones son contadas y el músculo por áreas es reducido, hay que ponerlo en valor.

 

Todo ello, en una sociedad en la que somos presos de lo inminente, de lo particular frente a lo colectivo y en la que las instituciones locales son el primer puente de interlocución y mediación. Además, en muchas ocasiones los ritmos no van acompasados con las demandas y las frustraciones afloran. En una sociedad en la que no diferenciamos lo urgente de lo importante o lo superfluo, los cargos políticos o el personal municipal son muchas veces una fuerza de contención con un coste personal grande.

 

Nos gustaría remarcar que, al ser un pueblo cuya población crece en época estival, también se generan otras demandas y expectativas que muchas veces no obedecen a la realidad del municipio. Desde la organización del grupo de las vacaciones hasta demandas y formas que han padecido empleadas o nosotras mismas. ¿Estas actitudes se darían con Aburto?

 

Al fin y al cabo, empatizamos con esas personas y con sus frustraciones, que también se convierten en nuestras y de nuestro personal empleado. Como decía en un artículo anterior, el sistema de financiación e inversiones municipal que premia a la capital y la falta de músculo en personal, entre otras cosas, incrementa el hartazgo en ocasiones. Esta todo concatenado.

 

En este contexto están las expectativas de grupo o de uno mismo. Es una institución que te absorbe, con una carga de trabajo impresionante. Si no paras máquinas, puedes estar 48 horas trabajando sin parar, donde la jornada laboral de 8 horas es Disney, tanto para el alcalde como para la teniente alcalde que oficialmente tiene una jornada de 2/3.

 

¿Cuál es mi jornada? Por norma general, entro entre las 7:15 y las 7:30 y salgo a las 20:00, más o menos. La teniente alcalde, más de lo mismo, aunque no esté a jornada completa. Lo que no significa que cuando sales del ayuntamiento nuestro trabajo haya terminado, porque alcalde sigues siendo 24 horas, hasta en sueños su presencia es constante.

 

Esto se traduce en quitar tiempo a otros espacios de nuestras vidas, de nuestras familias o cuadrilla. El que suscribe esto no tiene a nadie a su cargo o personas a las que cuidar, desde el sentido más simple de la palabra. Y terminamos siendo el centro para las personas de alrededor, porque nuestras decisiones también les afectan u organizan su agenda entornos a nuestras necesidades.

 

En la organización de nuestros 7 días, el ayuntamiento es el centro; salir del ayuntamiento antes de que cierren para poder llegar a hacer las compras, apuntarte a una actividad deportiva es una disputa de autocuidado, coordinar las vacaciones entre concejales-parejas o el domingo preparar los tuppers para la semana mientras haces labores del hogar… Nada que no hagan muchas madres.

 

Mientras las frustraciones en uno mismo o grupo florecen, pasear por la calle y ver que todavía no hemos sido capaces de dar salida a ciertos asuntos pesa y genera ansiedad. Cruzarte con la vecina que todavía no has atendido su solicitud te remueve, pensar que el trabajo no se reduce jamás no ayuda en abstraerse. Pondría mil ejemplos. Mientras, cada uno tiene su mochila, y siempre mantener la sonrisa precisa no es fácil. 

 

Claro, no queremos ser como el resto. Lo vemos en nuestro entorno y en los demás ayuntamientos que gobierna la izquierda soberanista, el nivel de exigencia es mayúsculo. Creemos que así debe ser, así somos y puede que sea nuestro sello de identidad, sin puertas giratorias al final del camino.

 

En el día a día no hay coach ni frases de autoayuda. Cada decisión es trascendental, cada respuesta tiene consecuencias y cada inacción también, aunque no esté en nuestras manos. Porque muchas veces no está en nuestras manos. Pasa muchas veces, que aun intentando ser pedagógico es difícil explicar lo que supone la implementación de cada medida y sus ritmos. La sobreinformación con la que trabajamos da para aburrir a cualquier vecino y vecina.

 

La responsabilidad de estas nuestras instituciones es totalmente presidencialista. Esto genera agravios hacia el trabajo del resto de personas que nos acompañan en esta aventura, te influye en tu identidad y nos pone en el punto de mira.

 

Dicho esto, parece que nuestro mensaje es derrotista. Para nada, tenemos cuerda para rato y es exterioriza nuestras debilidades no nos hace más débiles, sino todo lo contrario. Creemos en la transparencia en todos los sentidos y este es un ejercicio.

 

¿qué nos reporta? Muchas veces nos hemos hecho esa pregunta. Hay un tema de principios: si creemos en una sociedad protagónica, tenemos que ser parte. Creo que todos tendríamos que tener la oportunidad en un momento de pasar por un ayuntamiento. Nos reporta seguir creyendo que, aunque con las uñas podemos seguir generando grietas, nos reporta ver que hay cosas que se pueden hacer de otra manera. Seguir creyendo en el municipalismo como herramienta de cambio y construcción de soberanías, aunque a veces pienso en alto: “¡que nos gobiernen los delfines!”. 

 

Mirar atrás se convierte en una tarea necesaria de evaluación y autocrítica, entonces vemos que caminamos y en el caminar nos gusta comunicarnos con la gente, sentir sus problemas, estar en la calle, ver cómo se generan redes, esas conversaciones en reuniones de barrio aunque en ocasiones nos dilapiden, hablar con el vecino en la frutería, ver un pueblo con tejido social vivo y aburrir a nuestras cuadrillas con temas del pueblo… Y aunque suene romanticista, nos apasiona. También, agradecer a cada persona que se nos acerca con una propuesta de mejora, cada agradecimiento que recibimos, cada mirada cómplice supone un balón de oxígeno para seguir caminando. Y como decía nuestro lema de campaña, nos reafirmamos: “maite dugun Plentzia. Al fin y al cabo, parafraseando a aquel estamos guiados por grandes sentimientos de amor.