AKTUALITATEA


| 2020-04-06 14:39:00

El mal lugar o distopía en el que nos ha colocado el esfuerzo por contener la expansión del coronavirus distorsiona nuestra cotidianeidad y nuestra subjetividad. Cada cual lo lleva como puede y hemos visto innumerables muestras de ingenio para sobrellevar las limitaciones forzosas con la mayor dignidad posible, tanto individuales como familiares, vecinales o comunitarias, tanto presenciales como virtuales. En esta situación de extrañeza colectiva, todo lo que no sea la propia burbuja del virus y su dinámica parece proceder de un mundo lejano y paralelo, y los sucesos del vertedero de Zaldibar, a pesar de la importancia, gravedad y persistencia de los problemas generados en torno a su derrumbe, corren el riesgo de perderse en la nebulosa del tiempo pasado, previo a la pandemia que lo cambió todo.
Por eso es importante, ahora que se cumplen dos largos meses del desprendimiento, recordar que en Zaldibar tenemos bastantes heridas abiertas que siguen mereciendo atención y dedicación.

La primera, como es obvio, es la recuperación de los cuerpos de Alberto y Joaquín. Nos urge. Si algo ha quedado en evidencia en el tiempo del distanciamiento social que padecemos, es que la peor y más dolorosa de las restricciones, está siendo precisamente aquella que nos impide acompañar debidamente a quienes pueden fallecer o a los fallecidos, produciéndose un verdadero cortocircuito en los rituales que nos ayudan a asimilar la muerte. Lamentablemente, ahora que en nuestros círculos estamos viendo esa mezcla horrible de muerte y soledad, entendemos mejor si cabe la angustia de familiares amigos y vecinos de los desaparecidos, cuando insisten en la importancia de recuperar los cuerpos y de despedirlos dignamente. Se lo debemos como sociedad.

En este sentido, que miembros del Euskadi Buru Batzar como Koldo Mediavilla hayan insinuado, como arma arrojadiza puntual y partidaria, que la paralización de las actividades no esenciales podía dejar en suspenso la búsqueda de Alberto y Joaquín, o que la Consejera de Seguridad dijera que no sabía si la búsqueda era una actividad esencial, me produce escalofríos.

Pero hay mucho más. Zaldibar fue y sigue siendo un desastre medioambiental de proporciones gigantescas. Superados los primeros y razonables miedos de respirar aire contaminado con dioxinas, seguimos teniendo un problema con los lixiviados del vertedero, y seguimos teniendo un problema con la caracterización y el destino de los millones de toneladas de residuos, hoy peligrosos al haberse mezclado el amianto, para el que no se ha encontrado una solución satisfactoria. Y también nos queda hacer un seguimiento minucioso a la calidad del agua, aire y tierras circundantes, asunto del que apenas hemos oído hablar desde que el virus lo tapó todo.

Más allá de los problemas en el entorno, tenemos varios debates pendientes. En Zaldibar, además de los muchos residuos, se cayó un modelo de gestión. Estos días de pandemia, se ha evidenciado la necesidad de un sistema sanitario y de cuidados fuerte, público, serio y riguroso. Con los residuos, el debate es similar. Han sido años de connivencia entre una administración poco celosa y unas empresas ávidas de beneficio rápido. Años de laissez faire ante los excesos de actores poco escrupulosos. La insistencia del gobierno en que era una iniciativa privada para esconder la responsabilidad en el control, subraya aún más la necesidad de no dejar en manos del lucro privado aquello que es esencial en una sociedad. Y a golpe de decretos, parones y encierros hemos tenido tiempo de ir entendiendo qué es imprescindible y qué no. Creo que en adelante debemos disputar con más intensidad la publificación de los servicios esenciales. Y la gestión de los residuos también lo es.

Queda una última y no menos importante cuestión. La clarificación de la gestión de la crisis y la asunción de responsabilidades. A estas alturas, tenemos varias cosas claras acerca de lo que pasó. Un vertedero es una obra de ingeniería, como un puente. Jamás debió caerse. Falló la ejecución y fallaron los controles. Sabemos más; falló la coordinación, el gobierno sabía de la existencia de amianto, pero no se comunicó durante horas, lo que provocó la contaminación de los intervinientes en el rescate. Falló también la comunicación gubernamental, en dos sentidos. Por un lado, se intentó utilizar la comunicación oficial para aparentar una normalidad y un control a todas luces inexistentes, llegando a confirmar que la calidad del aire era buena antes de que llegaran los (malos) resultados.

Por otra parte, hubo un denodado esfuerzo para no dar la cara durante días, lanzando a dar explicaciones a cargos menores cuando era imposible esconder el tamaño del problema. A posteriori, un lehendakari descolocado intentaba modificar el relato, hablando de su empatía y diciendo que había estado a cargo desde el primer momento, cuando era obvio que en su entorno todo giraba alrededor de la malograda fecha electoral. Se llegó a acusar a la oposición de utilizar la crisis de Zaldibar electoralmente cuando fue el lehendakari quien convocó las elecciones en medio de la crisis de Zaldibar. Superados los primeros impulsos de prepotencia, tuvo que bajar el tono y aparentar humildad hablando de autocrítica, una autocrítica que no se concretaba en nada porque ningún consejero ha admitido aún actuación incorrecta alguna. Tampoco se han depurado responsabilidades.

En resumen, vemos que se repiten las mismas deficiencias a la hora de gestionar las sucesivas crisis que nos están tocando vivir. Reacciones tardías, minimización de los problemas hasta que nos desbordan, utilización de todos los altavoces disponibles para dibujar una realidad adornada pero que no aguanta una mirada minuciosa, no reconocimiento de errores o disfunciones en la gestión, una exigencia de comprensión hacia la acción del gobierno y el rechazo fiero a la crítica constructiva o al control del gobierno, llegando a saltarse todos los mecanismos y plazos de respuesta en la acción parlamentaria, etc. No parece el mejor modelo de gobernanza para el siglo XXI, en el que toca enfrentar asuntos mayúsculos, como el cambio climático.

Solo me queda recordar que, del lado positivo, y al igual que estamos comprobando en la crisis del virus, la sociedad se organiza y empuja, y alrededor de #ZaldibarArgitu se concentran hoy, igual que ayer, las principales demandas pendientes. El rescate, el esclarecimiento de todo lo sucedido tanto desde la administración como desde la empresa, el replanteamiento del modelo de producción y gestión de residuos, la exigencia de participar en los asuntos esenciales de la comunidad, el compromiso de no repetición, y la asunción de responsabilidades políticas que siguen pendientes. No puedo estar más de acuerdo para apoyar la protesta convocada.

Tras el derrumbe de Zaldibar dijimos que nada sería lo mismo. Que el modelo de sociedad que nos llevó a generar tanto residuo debía cambiar. Que no se podían esconder estos residuos sin control, engordando empresas de dudoso rigor. Que la gestión debe ser pública. Con el virus, estamos llegando a conclusiones similares respecto a la sanidad y los cuidados. Que no se nos olvide.