La pandemia ha provocado que se tambaleen los pilares fundamentales de nuestra sociedad: el sistema de salud, la economía, el sistema de cuidados, las relaciones con el medio ambiente, los hábitos de consumo… Y también la educación. En todos esos ámbitos ha emergido (y acelerado) una necesidad imperiosa de repensar nuestros comportamientos y construir nuevos paradigmas.
En relación a la educación, la pandemia ha agravado vacíos que nuestro sistema sufría desde hace tiempo: la falta de recursos de los centros y algunas familiares; la falta de autonomía y las dificultades para adaptar el curriculum y las programaciones a las necesidades del alumnado y las familias; la brecha social; las dificultades para garantizar la integración y cohesión social…
Para ver todo ello, es suficiente mirar con un mínimo de honestidad la realidad. Sin embargo, las autoridades y los principales responsables institucionales han dado la espalda a esta realidad, y el PNV sigue insistiendo en un único objetivo: volver a la “normalidad” lo antes posible, actuando con prisas y tratando de ocultar las lagunas que dicha normalidad ya tenía. ¿Por qué tanta prisa también en educación? ¿Están preparados nuestros centros y nuestro sistema en general para volver a las escuelas? Es evidente que no, y por eso se han mostrado en contra de la mayoría de los colegios, los sindicatos y las asociaciones de madres y padres.
En primer lugar, hay que reconocer que nuestros centros han hecho un esfuerzo especial y muy de agradecer para adaptarse a la situación de confinamiento. Los padres y las madres y el profesorado sabemos que se ha hecho de la mejor manera posible en una situación de incertidumbre total, con criterios contradictorios y cambiantes por parte de las autoridades, sin recursos especiales y sufriendo medidas administrativas totalmente improvisadas y unilaterales (sin contar con la comunidad educativa). ¡Qué insoportables nos han resultado las mentiras de Uriarte, Erkoreka y demás!
En segundo lugar, hay que decir que los centros ya tienen planificado el fin de curso sin clases presenciales y que, cuando está a punto de finalizar el mes de mayo, la vuelta a las clases no aporta ningún beneficio pedagógico. Es más, además de riesgos para la salud, dificulta la planificación realizada para finalizar el curso actual. Mejor harían la consejera de educación y su gobierno si empezaran a planificar con toda la comunidad educativa el comienzo del próximo curso: adaptar los centros escolares, realizar las obras necesarias y equipar los centros como es debido; diseñar planes de prevención; adaptar los currículums y los materiales a las necesidades de todo el alumnado y todas las familias para que nadie se quede atrás; organizar los autobuses y los comedores… Ya es hora de mirar a medio y largo plazo.
En tercer lugar, es inaceptable que el Departamento de Educación y el Gobierno mantengan el 25 de mayo como fecha para que el alumnado de determinados niveles vuelva a los centros educativos. Y es aún más inaceptable que en nombre de la “autonomía” esa decisión, esa responsabilidad, recaiga sobre los centros y el profesorado, haciendo la administración dejación de sus responsabilidades. Es ella la que debe garantizar los planes de prevención, inspeccionar los centros y adaptarlos, garantizar todos los medios (tanto materiales como personales)… De lo contrario, una vez más, estará renunciando a sus responsabilidades de gobierno.
No es casualidad que el PNV quiera simular la máxima “normalidad” en mayo y junio. Dijeron que pasamos a la primera fase, mientras se mantienen algunas condiciones de la fase cero; dicen que el nivel de contagio se está reduciendo sin reconocer que hacen menos test; no dan los datos de todos los territorios de manera transparente; piden que vuelvan a las escuelas, aunque la comunidad escolar en este momento no lo ve ni seguro, ni necesario… Las razones de semejante urgencia, de la improvisación y de la manipulación son obvias: su necesidad de convocar elecciones en julio.
Ya hemos dicho anteriormente que en esta crisis del covid-19, el PNV antes que nada hizo un diagnóstico y un plan de prioridades del partido. En este contexto situamos la vuelta a la actividad industrial, el pase a la fase uno y la convocatoria de elecciones. Las decisiones que ahora se están adoptando en materia educativa no tienen por objeto lo mejor para los alumnos y las familias. No tienen objetivos ni pedagógicos, ni sociales: tienen un objetivo político partidista.
La educación es también demasiado importante para dejarla en manos de semejantes políticos.