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La paradoja de la seguridad

Aritz Landeta Terceño | 2024-05-31 09:03:00

El suceso vivido en los últimos días en Algorta ha abierto heridas, heridas de familiares y amistades que nunca se cerrarán, heridas de dudosos vecinos y vecinas y, por supuesto, heridas diseñadas a medida por el mejor maquillador.

Antes de que sea demasiado tarde, en el calor de la desgracia, es urgente reflexionar sobre lo ocurrido, porque, por un lado, la extrema derecha está intentando instrumentalizar el enfado y el malestar social, y sobre todo, porque es necesario poner las condiciones para que no se repitan estos hechos en nuestros pueblos.

Dicho esto, no es objeto de este escrito denunciar las estigmatizaciones racistas que han salido a la superficie estos últimos dias, en ese sentido os animo a leer el comunicado de la Plataforma de Inmigrantes de Getxo al respecto, porque lo explican mejor que lo que yo haría.

Mi objetivo es tratar el tema de la seguridad, porque algunos de los discursos que se han puesto de manifiesto en los últimos días han tenido que ver sobre todo con el problema de seguridad que se dice que existe en nuestro municipio. Se reivindica desde estas posiciones, las cuales la extrema derecha está alimentando, la necesidad de garantizar una mayor presencia policial en las calles del municipio, lo que parece que se traduciría en mayores cuotas de seguridad. Aunque parezca totalmente paradójico, expertos señalan que los lugares donde se realizan mayores inversiones en seguridad son precisamente los más conflictivos. En “Contra la igualdad de oportunidades”, escrito por el sociólogo Cesar Rendueles, se menciona cómo el 10% de la población activa de Bogotá trabaja en el sector de la seguridad y la vigilancia. Un fenómeno similar aparece en el relato del viaje del periodista Jacek Hugo-Bader a Rusia tras la caída de la Unión Soviética:

«Qué barbaridad de gente hace falta para vigilar cada cosa, cada persona, cada sitio. Porque no son sólo los coches. Vigilan casas, personas, jardines, cosechas, bosques, animales domésticos, animales en libertad... Decenas, centenares de miles, millones de hombres, que lo único que hacen es controlar, no quitar ojo, no perder de vista, asegurarse de que nadie robe lo que sea que están vigilando. Millones de porteros, vigilantes, seguratas, gorilas y guardias nacidos, criados, educados tan sólo para vigilar».

A menudo se tiende a limitar la cuestión de la paz social a un juego de "suma cero" entre criminalidad o seguridad, a una simple resta: si la criminalidad supera el nivel de seguridad entonces la delincuencia será un problema social. ¿Y cómo lo solucionamos? Efectivamente, subiendo el nivel de seguridad, a través de la vigilancia y la policía. Este discurso tiene lagunas claras, como hemos explicado antes, pero ¿por qué?

Porque la Rusia post soviética y las calles de Bogotá tienen otro elemento claro en comun, la desigualdad social. Porque, en palabras de Rendueles, el crecimiento de la desigualdad está directamente relacionado con el debilitamiento social, la disminución de la solidaridad comunitaria y la falta de confianza entre los vecinos y vecinas. En definitiva, la desigualdad social nos lleva a perder todos los vínculos sociales necesarios para llevar adelante proyectos de vida dignos.

Esto nos da pistas para entender la situación de nuestro pueblo, para afinar el rumbo de las reivindicaciones y para que estas reivindicaciones se hagan con responsabilidad. ¿Es realmente lo que necesitamos una mayor presencia policial? Evidentemente no, la sensación de inseguridad está relacionada precisamente con el hecho de que Getxo sea uno de los municipios con precios de vivienda más elevados. Esta sensación está relacionada con la dificultad que tenemos la juventud trabajadora que vivimos en este municipio para desarrollar nuestros proyectos de vida. Se relaciona con la dificultad de pagar un alquiler a pesar de trabajar jornadas abusivas mientras otros muchos viven de las rentas. También se relaciona con el trabajo precario, con los contratos en prácticas, con la terciarización de la economía, con un modelo de comarca orientado al turismo y al consumo, y claramente con la ley de extranjería. Todo eso es lo que produce ruptura social e inseguridad.

Ante esto la pregunta es clara: ¿qué estamos dispuestos a hacer desde las instituciones, en las calles, en los movimientos sociales, en los sindicatos, etc. para reducir esta desigualdad? ¿Qué estás dispuesta a hacer tú, persona honesta que te preocupa la seguridad, para empezar a reforzar las debilidades de las relaciones sociales y comunitarias que se han puesto de manifiesto con el aumento de la desigualdad?