Fue la madrugada de un 31 de marzo hace ahora 86 años. Aquél día nuestro territorio vivió uno de los episodios más negros de su historia. Era un miércoles 31 de marzo cuando 16 personas fueron sacadas de las celdas que ocupaban en la antigua cárcel de La Paz. Nada queda en esta plaza de aquél presidio. Sólo una placa nos indica que en esta manzana se ubicaba la prisión provincial de Araba.
A su salida les esperaban dos camiones. Maniatados fueron llevados hasta el puerto de Azazeta. A la altura del kilómetro 16 fueron asesinados. Esta masacre fue perpetrada por un escuadrón de requetés, falangistas y guardias civiles. Lo hicieron además en plena retaguardia.
Entre las personas fusiladas había cargos electos y significados militantes republicanos, socialistas, comunistas, abertzales o anarquistas. Otros simplemente habían sido encarcelados por simpatizar con esas ideologías que el terror de Estado franquista quería aniquilar. El objetivo era precisamente ese: aniquilar cualquier atisbo de oposición al nuevo régimen.
No fue casualidad que el terror se extendiera por Gasteiz y Araba aquella noche del 31 de marzo de 1937. El propio general Mola había visitado días antes la capital alavesa y había pedido a los mandos militares aumentar el ritmo de la represión franquista. Ese mismo día aviones del ejército italiano bombardearon Durango y Elorrio.
No fue el primer bombardeo sobre la población civil. Meses antes, la plaza Andikona de Otxandio fue bombardeada en plena celebración de sus fiestas causando 61 muertes. Era la primera vez que se bombardeaba a la población civil de forma indiscriminada. Luego llegaría Gernika.
A las familias de los 16 asesinados en Azazeta les aseguraron que habían quedado en libertad. La angustia se apoderó de todas ellas. En realidad, habían sido asesinados y enterrados en varias fosas comunes. Dos años después, se recuperaron los restos de tres de los 16 asesinados. Las otras 13 víctimas de la masacre permanecieron en el monte 41 años más, hasta que en verano de 1978 fueron exhumados y trasladados al cementerio de El Salvador.
Y es que a la guerra le seguirían 40 años de dictadura. 40 años en los que imperó el silencio y el terror se extendió entre la población. 40 años con los derechos sociales y políticos cercenados. 40 años de represión, cárcel y exilio.
Tras la dictadura también imperó un manto de impunidad que todavía hoy perdura. Todavía hoy, 86 años después, reclamamos verdad, justicia y reparación para todas las víctimas del franquismo. Todavía hoy, 86 años después, buscamos cadáveres en las cunetas.
Por eso reclamamos, a las instituciones alavesas, su implicación activa en la recuperación de la memoria. Por eso reclamamos que interpongan en los juzgados una querella contra el franquismo por crímenes de lesa humanidad. Por eso reclamamos que se habiliten mecanismos para acabar con la impunidad y juzgar los crímenes de la guerra y la dictadura. Por eso reclamamos que hagan públicos los archivos y que los estamentos judiciales y políticos colaboren con las vías judiciales abiertas como es el caso de la querella Argentina.
Hoy que el fantasma del auge del autoritarismo se extiende a lo ancho y largo del planeta, hoy que la extrema derecha expone sus postulados con toda crudeza también en el Estado Español, son muchas las lecciones que podemos extraer de aquellas personas que hace ya nueve décadas soñaban con una sociedad más justa y solidaria.
Aquellas personas fueron capaces de poner en valor aquello que les unía y superar sus diferencias para tejer las alianzas necesarias y constituir un Gobierno Municipal de progreso. Fueron capaces de poner las instituciones locales al servicio de la construcción de una sociedad mejor.
El fascismo reprimió aquel atrevimiento con cárcel, tortura, represión, muerte y exilio. Cortaron flores, sí, cortaron muchas flores, pero la primavera no falló a su cita anual y floreció año tras año. Y hoy, 86 años después, sus valores siguen vivos entre nosotros y nosotras.
Ahora vemos con preocupación cómo se desmantela la sanidad pública, como se privatizan los servicios sociales, cómo los bancos, las eléctricas o las grandes distribuidoras alimentarias se llenan los bolsillos mientras nuestros vecinos y vecinas no llegan a fin de mes, no pueden afrontar las facturas de la luz o son incapaces de llenar la cesta de la compra.
Quienes soñaban con una vida más justa entendían que libertad es amanecer cada día con la seguridad de disfrutar de una vida digna. Pensiones y salarios dignos, sanidad y educación públicas y calidad; un sistema social que proteja a las personas y las ponga en el centro de las políticas públicas al tiempo que protege a sus trabajadoras, la defensa de nuestro territorio, la necesaria transición energética o la consecución de una sociedad diversa y feminista. Esos siguen siendo nuestros valores y en su defensa, hoy como entonces, seguiremos tejiendo alianzas y uniendo fuerzas. Seguiremos.